El retorno del Guerrero Rojo

Felipe Ferrin

Hace ya muchos años, en algún lugar de la Tierra Media, un grupo de valientes guerreros, juntaron sus almas y corazones, para batirse en duelo.

Aguerridos y malvados soldados de otras escuadras, cada domingo, caían rendidos ante sus incontestables cargas. Bajo un mismo sentimiento y abanderados por el rojo y blanco de la pasión, saltaban al campo de batalla con su arma más poderosa, la ilusión.
Sus cruzadas por las tierras del Valle del Manzanares, les convirtieron en leyenda. La Leyenda de los Guerreros de Rojo, que boca a boca relataba no haber en el mundo un ejército tan poderoso, pues allá por donde pasaban, conquistaban el territorio, dejando huella de su arrojo, con el símbolo de su victoria, un enorme tridente rojo. Muchas noches tras vencer al enemigo, los guerreros junto a sus esposas celebraban el desenlace del encuentro, con pacharán, vino, y comida oriental, que los mercaderes les suministraban al momento. Eran momentos de felicidad y armonía, y ese grupo de hombres, conseguían cualquier meta que se proponían.
En las Villas y Aldeas no se hablaba de otra cosa. Los lugareños oprimidos por sus nobles y burgueses, sólo ansiaban entre sus rezos y plegarias, que un día en el horizonte, un destello rojo de la armada legendaria, les liberara del yugo de su rutina diaria. Durante un largo periodo, Los Colchoneros, como popularmente el pueblo los conocía, llevaron con sus gestas la paz prometida, pero algo inesperado entonces sucedió…
A algunos soldados el tiempo acomodó, y en una dura batalla en el Reino de Oviedo heridos de muerte resultaron, y el desánimo generalizado, era la antesala del final anunciado. Un cúmulo de derrotas mermó su ánimo y su unión, y a los hasta entonces intratables e invencibles Guerreros Rojos, de las manos se les escapaba la ilusión.

La amenaza de las sombras y la oscuridad, se cernía sobre ellos, viéndose incapacitados, pues el final se acercaba, a pasos agigantados.
Ya no había tiempo para celebraciones ni cenas victoriosas. Y a las batallas casi ni once colchoneros acudían de forma honrosa.
Cuando las rodillas los Caballeros ya estaban reclinando, y todo indicaba que la despedida iba a llegar, los guerreros más veteranos deliberaron la situación, y sin apenas palabras utilizar, cruzaron sus miradas de fuego, … y todos entendieron que aun, no había terminado el juego. Por lo que dieron un golpe en la mesa y por su orgullo y lealtad, el último esfuerzo intentaron dar.
De ejércitos amigos reclutaron antiguos camaradas, y como si de la última misión se tratara, en sus corceles de cuatro ruedas partieron con decisión, hacía el Reinado de Europa, a recuperar la ilusión. A su llegada a los verdes campos del norte, un brillo distinto había en sus miradas. Y apretando los dientes, cerrando los puños y reclamando su lugar perdido, los valientes Caballeros de Rojo, se lanzaron en manada, con ilusión renovada, a morir con las botas puestas, para llevar la libertad al futuro y al mañana.
Hoy ya anciano, ya mis armaduras sobre mis tobillos no puedo montar, pero como Guerrero Rojo que fui durante la infancia, solo puedo contaros, que los once hombres que hicieron renacer de las cenizas nuestra ilusión, forjaros para nosotros y nuestros hijos un mundo mejor. Pues en la batalla de la vida, donde la rutina nos ensombrece el día a día, son estas "guerras sanas" las que hacen sentirte vivo, y convierten a tus descendientes, en dichosas personas que heredan de ti, una pasión y una forma de comunión, que todo seguidor del ejército Rojo, siempre llevará consigo en el corazón. Muchos nos han visto nacer, pero nadie nos verá desfallecer. ¡COLCHONEROS!... ¡A POR LA VICTORIA!